miércoles, 15 de enero de 2014

EL PARQUE

La primera vez que lo vio fue de casualidad, un accidente. Iba camino al trabajo y estaba llegando tarde. Para cortar camino dobló en la cortada y se interno de lleno en el parque. No es que no supiera que estaba ahí, había vivido en este barrio durante años, es solo que nunca le había interesado demasiado. Tampoco le causo gran impresión esta vez, sus pies pasaron del triste cemento a una amable alfombra verde y casi ni lo noto, solo caminaba y miraba el reloj. De a poco empezó caminar más lento, el río marrón brillaba a su derecha, hirviendo, dorándose bajo el implacable sol de la mañana. El sonido proveniente de los árboles, como inmensos parlantes emitiendo mil gritos ensamblándose en un canto ancestral, eterno, ajeno a el y a su mundo. Todo esto empezó a invadirlo, dejándolo en una especie de trance y moviendo lentamente las piernas atravesó el parque, con cada exhalación se llenaba de calma, de paz, estaba en blanco, solo existía ese momento, ese instante, ese recorrido. Apenas aterrizó en el asfalto todo se fue borrando lentamente ,desesperado busco el reloj... inexplicablemente ese atajo lo había atrasado 20 minutos, corrió las ultimas cuadras hasta la oficina. Ese día fue raro. Sentía que no podía concentrarse en nada. Cuando salió del trabajo estaba por oscurecer, empezó a caminar y casi sin pensarlo se encontró de nuevo entrando al parque. De ese paseo casi no recuerda nada, solo algunas escenas confusas: Sus zapatos negros gastados sobre el pasto húmedo (FLASH) sus manos rozando la corteza de los árboles (FLASH), la inmensidad negra del cielorío, interminable, tragándose las últimas horas del día (FLASH). La última imagen que vio fue la vereda gris y sucia pasándole por abajo de los pies, cuando levanto la vista estaba en su cuadra, casi frente a la puerta del edificio. Esa noche tuvo un sueño muy raro, hacía meses que no recordaba sus sueños, pero este estaba muy claro en su cabeza. Como proyectado en una pantalla de cine. Los revivió varias veces esa mañana, mientras sorbía una taza de café: Era como una película filmada cámara en mano por la ventanilla de un auto que avanzaba a gran velocidad. Un borrón de pasto, cielo, tierra y agua, como si un pintor pasara frenéticamente el pincel manchado con varios colores, sin piedad y con fuerza sobre la inocencia del lienzo blanco. Ese día salió de su casa a la misma hora de siempre pero no fue a trabajar. Ni ese día, ni al día siguiente, ni el próximo. Tampoco volvió a su departamento Algunos dicen que a veces lo ven en el parque, sentado en un banco o recostado bajo un árbol mirando el cielo. Con la mirada perdida, como hipnotizado, con una sonrisa dibujada en el rostro.

sábado, 11 de enero de 2014

LA OLA

Llegar a la ola es lo más difícil, hay que remar sin parar, contra la corriente, contra la voluntad de algo que no quiere ser alcanzado. Se cansan los brazos, se congelan las manos en el agua helada. Cuando la alcanzás lo más jodido es agarrarla como corresponde, pararse en el momento y el lugar justos, sino te puede tirar, revolcarte sin piedad contra el fondo, oscuro y afilado. No es lindo. Si la agarrás bien, te lleva. El viaje es uno de los mejores que vas a tener en tu vida. Te sentís libre. Vivo. Inmenso. Pero siempre tiene un fin, en un momento la ola que te lleva se detiene y te quedás solo, flotando en la corriente, sin nada que te empuje hacia adelante, o hacia atrás, solo vos mismo y tu voluntad de remar. Ese final es inevitable, no lo podés elegir, siempre es el mismo. Lo que si podés elegir es que sea sentado arriba de la tabla, seguro y tranquilo o saliendo desde el fondo desesperado a tomar aire, tosiendo, magullado y asustado. Eso va a depender siempre de como y por donde agarrás la ola.