sábado, 3 de septiembre de 2011

9 A.M

En la distancia escucho una lijadora, un ruido ensordecedor, que aumenta cada vez más - ¿O es una agujereadora?- hay chirridos de metal, voces, gritos, golpes -¿O es una sierra?- De pronto, silencio total… Paz… Pero vuelve, ahora con más fuerza, con agresividad, entonces lo entiendo, están destrozando mi puerta, me encontraron, vienen a buscarme…
Ahí es cuando me despierto por completo.¿Quien viene a buscarte? Estúpido paranoico. Descubro con horror que mi vecino decidió… ¿Redecorar el living? ¿Construir un bote? ¿Destruir por completo su casa?... Quién sabe, pero pensó que el mejor momento para hacerlo era un sábado a las 9 de la mañana, no puedo culparlo, cada cual hace lo que puede para mantenerse cuerdo.
Miro el reloj, tres horas de sueño, no es suficiente, aunque no me siento tan mal e intentar volver a dormir es entrar en una discusión con mi cerebro que sé que no voy a ganar. Tengo que levantarme.
El movimiento es rápido y brusco, descubro con desagrado que los demonios de mi cabeza siguen de juerga y no les gusta para nada mi actitud. Soy el vecino que viene a tocar a la puerta en lo mejor de la fiesta para pedir que bajen el volumen. Obviamente no soy bien recibido. Me golpean con todo lo que tienen: náuseas, dolor de estómago, jaqueca, todo en un solo ataque certero y decidido, como un boxeador que tensa su cuerpo y concentra toda su rabia en un solo puño directo a la mandíbula, el impacto da resultado, beso la lona inmediatamente, he sido derrotado.
Por varios minutos permanezco inmóvil esperando que suene la campana, que den por terminada esta masacre y me dejen dormir. Pero entre las grietas de la persiana entra un haz de sol que me da justo en los ojos, trato de cerrarlos y la habitación se vuelve roja, sangre, fuego…Estoy desvariando…
Decido intentarlo de nuevo, pero esta vez de a poco, un paso a la vez, lentamente. En unos minutos lo logro, he triunfado, esta pequeña victoria me entusiasma tanto que me dispongo a abrir las persianas.
El fuego se mete en la habitación antes de que pueda reaccionar, la primera impresión duele. Me siento como Bela Lugossi en un día de campo, pero enseguida me adapto y logro abrir los ojos. Los engranajes de mi cabeza están definitivamente oxidados, trabados, rotos no sé... pero estoy seguro de que se trata de alguna especie de desperfecto técnico.
Todo lo que veo es una luz titilando, como un auto que empieza a quedarse sin combustible, una luz naranja y brillante parpadeando en la oscura inmensidad del tablero, la señal esta un poco borrosa pero logro distinguirla: Café.
Giro lentamente mi cabeza, con la seguridad de que alguien se metió en mi casa anoche y cambio mi cerebro por un yunque, el esfuerzo es monumental, me doy cuenta que el camino entre la habitación y la cocina es excesivamente largo ¡Maldito arquitecto! ¡Deberían colgarlo!
Emprendo el viaje, al empezar a moverme siento el peso de una enorme escafandra sobre los hombros, como esos antiguos trajes de buzo o como un astronauta que deja la seguridad de la nave para aventurarse en el negro y desconcertante espacio exterior -“Ladies and gentlemen we are floating in space”-.
Cada paso requiere concentración y precisión, pero me esfuerzo al máximo y alcanzo la meta. Inclino la taza y la brea negra corre por mi garganta quemándola, no me importa, cumple con su misión. A la segunda taza empiezo a sentir como giran los engranajes, la máquina vuelve a funcionar. Me acerco a la ventana y veo a mi vecino bañado en aserrín fumando un cigarrillo, esta descansando, traerme de vuelta a la vida debe haber sido un arduo y estresante trabajo. Levanto la taza y le sonrío en agradecimiento, él levanta la mano y me saluda confundido.